Ayer volví a recordar cosas de mi infancia cuando fui con los alumnos del primer ciclo del colegio donde trabajo al Museo Paleontológico de Valencia.
La ubicación actual no es donde la conocí por primera vez siendo niño. Anteriormente estuvo ubicada en la plaza de la Almoina y también en la calle Arzobispo Mayoral en el mismo edificio del ayuntamiento por la parte de detrás.
Recuerdo que la primera vez que vi todos aquellos huesos quedé impactado, quizás para siempre.
Como muchos domingos y para que mi madre descansara un poco de trabajar y aguantarnos toda la semana, mi padre nos llevaba a visitar museos, a la feria del libro o a lo que surgiera. Esas mañanas que en un principio como buen niño no me apetecían porque era más de quedarme a jugar en casa, se convirtieron en una especie de actividad sagrada que con los años mis hermanos y yo recordamos y nombramos con nostalgia.
De ellas aprendí muchas cosas, conocí muchos lugares interesantes y me llevaron a un mundo desconocido. Conocí el museo del Patriarca con su iglesia y sus misas en latín, conocí la historia del cocodrilo,...en fin, muchas cosas.
Pero como buen niño amante de las aventuras eso de excavar y encontrar huesos era lo más. Descubrir fósiles desde los más pequeños hasta los más grandes era maravilloso. Recuerdo entrar en el palacio de la Almoina por ese portalón y de frente encontrarme con el caparazón de un armadillo gigante. ¡Qué impresión!
Ayer, sentí lo mismo y solo pude sonreír, hacer unas fotos y pensar en mis hermanos y yo con la boca abierta contemplando todos aquellos huesos.
Gracias papá por aquellos y otros momentos de la infancia que guardaré siempre mientras la memoria me lo permita.
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